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Una parte

Publicado: 2009-12-02

Esto es de una novela que me impactó mucho. Es solo un extracto, pero lo sentí tan familiar que tenía que postearlo.

La novela es "Purgatorio" de Tomas Eloy Martínez, un escritor argentino y uno de mis escritores favoritos. Cuenta la historia de una mujer, Emilia, que pierde a su marido en el invierno de 1976 detenido por los militares de la dictadura en Argentina. Treinta años más tarde, ella lo encuentra en una fonda de un suburbio de New Jersey, pero el detalle es que él, Simón, sigue fijo en la juventud. El tiempo no ha transcurrido para él.

Ya, ahora, ¿que tiene eso de familiar para mi? Pues este pedazo que van a leer a continuación me gusta mucho -será que no soy tan cínica como digo- porque es cuando Emilia recuerda cómo conoció a Simón y la descripción que hace de ese momento es simplemente increíble. Hay momentos de las novelas, de las películas, de una foto, de una pintura, de una escultura en los que tengo la sensación que son y serán siempre una parte importante de lo que me compone como persona. Ésta es una de esas partes.

Conoció a Simón en un sótano de la avenida Pueyrredón, donde el grupo Almendra repetía para un público devoto los temas de onda, “Muchacha ojos de papel”, “Ana no duerme”, “Plegaria para un niño dormido”. Apenas los dedos de Emilia rozaron por casualidad los de Simón sintió que no tendría necesidad de otro hombre en la vida porque todos los hombre cabían en él, aunque a esa altura no tenía idea de cómo se llamaba ni si tendría ocasión de volver a verlo. Sólo un roce de los dedos, y aquello había significado calor, plenitud, felicidad, la sensación de haber vivido ya muchas veces lo que en verdad estaba viviendo por primera vez. En ese cuerpo desconocido estaba el mapa de su vida, la representación del universo tal como la había leído en una enciclopedia taoísta de dos siglos anterior a Cristo: “Su cabeza redonda es la bóveda celeste, sus pies delicados son la imagen de la tierra, sus cabellos son las estrellas, sus ojos el sol y la luna, sus cejas la Osa Mayor, la nariz se asemeja a una montaña, sus cuatro miembros son las cuatro estaciones, sus cinco vísceras los cinco elementos”.

Al salir del recital, caminaron sin rumbo por Buenos Aires. Simón la tomó de la mano con naturalidad, como si la conociera desde siempre. Llegaban rendidos a un bar en el momento en que estaban cerrándolo, y tardaban largo rata hasta dar con otro. Emilia llamó un par de veces por teléfono a su madre para decirle que se quedara tranquila. No les sorprendió descubrir que estudiaban lo mismo, Cartografía, y que los mapas les interesaban no como un medio para ganarse la vida sino, más bien, como códigos que les permitían reconocer objetos a través de sus imágenes.

Eso era raro en jóvenes que tenían poco más de veinticinco años, pero estaban en la edad en que no querían parecerse a nadie y les parecía asombroso parecerse entre sí. También les sorprendía que cuando callaban adivinaban lo que el otro estaba pensando. Emilia no tenía nada que ocultar, pero le avergonzaba hablar de sí misma. ¿Cómo explicar que seguía siendo virgen? La mayoría de sus amigas estaba casada y tenía hijos. Algunos compañeros de la escuela secundaria la enamoraron fugazmente, dos o tres de ellos la besaron y le tocaron los pechos pero, cuando querían llevarla más allá, algo la repelía: el aliento demasiado fuerte, los forúnculos en ebullición, los pelos grasosos. A Simón, en cambio, lo sentía como una extensión de su propio cuerpo y habría sido capaz de desnudarse y dormir con él desde la primera noche si se lo hubiera pedido. Él ni siquiera parecía pensar en eso. Se interesaba en ella por lo que decía y por lo que era, aunque no le había contado casi nada sobre sí misma. Parecía ansioso por hablar. Había salido con algunas chicas en la adolescencia, sólo porque creía que debía hacerlo. No había hecho feliz a ninguna y tampoco él consiguió ser feliz hasta que, tres años atrás, vivió un amor que le pareció definitivo.

La conocí casi dela misma manera que te conocí a vos, dijo. Fuimos a oír un recital de Almendra en Parque Centenario y cuando Spinetta cantó “Muchacha ojos de papel” le repetí el estribillo mirándola a los ojos: “No corras más, quédate hasta el alba”.

 


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I'm a Bitch

alpinchista por vocación